domingo, 29 de octubre de 2017

De cuando el mar se hizo hogar y tu dejaste de ser casa.

Tiene los ojos tristes, ojeras largas, las veo desde aquí, la sonrisa cansada, igual que ella, porque últimamente la vida pesa, y la tierra siempre gira, y no para, y la vida, le importa poco, la de ella, pero camina y respira, quizás ya no tan erguida, pero tira, un pie tras otro, todavía.

No puedo cargar con el peso de tus ausencias si no quieres soltar el motor que ya no funciona, cuando me dejas en esta cuerda floja, todo lo que queda y todo lo que soy, son las lágrimas que no salieron hace años.

Se sube las gafas sin mucho cuidado, como si ahora mismo, clavárselas en la frente tampoco importara tanto y entre muchos males, tiene miedo, porque esa mente que puede ser tan fuerte, a veces se rompe en miles y estalla, por los aires, junto a cada cicatriz grabada a fuego, lento, como esa lección bien aprendida de sonreír, siempre, y para alante.

Vivías en un infierno al que llamabas hogar, y yo te creía porque respirabas, ahora he perdido la noción de casa, y creo que solo me arropa el mal, en serio. La brisa te echa fuera y este mar de mi pecho ya no encaja.

Así que tira, no puede más, pero tira, y el mundo gira, y duele, y tira; y el mundo grita, y gira, y duele, y tira, y ella lo mira, a la misma distancia a la que se mira a ella misma.

Y ella grita, gira, duele, y claro, tira.